El discipulado

El discipulado


“Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.” Mateo 28:19-20


Es un pasaje muy citado en nuestras Iglesias hoy día. El ir a hacer discípulos es nuestro lema actual. “Toda la Tierra será llena de su gloria”, “Y será predicado este evangelio por todo el mundo…”, nos hemos adueñado de la Gran Comisión. Hemos tomado el compromiso, hemos asentido con la cabeza a un mandato supremo que se nos encargo como… ¿creyentes? Ese es el error de mucho pueblo hoy día. Y es que se ha olvidado de que para engendrar un burro, preciso una yunta de burros, para engendrar un ser humano, preciso de un hombre y de una mujer, y que para engendrar discípulos (Jn. 3:6) PRECISO DISCÍPULOS. La Gran comisión no es salir y llenar templos de gente que diga “Cristo es mi salvador”, ni nada por el estilo. La orden del Señor (que desde hace mas de veinte siglos aun sigue vigente, es la Gran Comisión, no la Gran Opción, ni la Gran Omisión) consiste en salir a hacer discípulos. Pero para eso, es necesario que el que intenta hacer discípulos sea primeramente discípulo. De otro modo, engendraré gente muerta y apocada.


Para eso quisiera hablar de algo que parece haberse olvidado: No es discípulo aquel que va al Templo todos los domingos, que ocasionalmente se arrodilla a orar (o a dormir, porque para esa gente entra todo en el mismo bolso), ni aquel que ocasionalmente sacude el polvo de encima de su Biblia para llevarla a la Iglesia porque hoy es Santa Cena, aquel que tiene la Biblia con las hojas pegadas aun por la falta de uso, que luego de salir de la Iglesia va pateando puertas porque no soporta al hermano que lo mira de reojo, y que ya quiere irse de la Iglesia, etc, etc… ¡No! Ese es un simple “primo-hermano, pariente lejano” que lo último que es sería lo que dice que es. Ese no cuenta en el cielo para nadie. No es discípulo aquel que se mantiene al costado del camino, sin comprometerse, ni aquel que lustra los bancos de tanto estar sentado en ellos, que hace cinco mil años se sienta en el mismo banco y que nadie le usurpe su lugar porque ahí se sienta él y nadie más. No, ese tampoco es un discípulo. Y obviamente, con esa gente nunca voy a hacer discípulos, podré llenar los templos de gente a medias (tibios que serán vomitados de la boca del Señor), pero eso no es cumplir con la gran comisión que consiste en hacer discípulos, porque para eso, tengo que primeramente yo haber pagado el precio para hacer de mí mismo un discípulo. Para contarse entre los discípulos (que no es la mayoría de los seguidores de Cristo) debo inscribirme en la Universidad del discipulado, que tiene por regla, por precio de inscripción, por primer hecho, antes de inscribirse y osar entrar lo siguiente:


“El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí.”


Esta es la condición que se debe cumplir antes de osar ser un discípulo del Señor. No puede mi vida pesar más que mi compromiso con él. Entonces, si quiero pretender engendrar discípulos, debo ser discípulo, y si quiero ser discípulo, debo cumplir con esta regla que es la principal en el reino de los cielos.


Hoy parecería ser que la Iglesia se ha querido enfrascar en cumplir con la gran comisión llenando templos, haciendo lo que cree que debe hacer para satisfacer el mandato del Señor, pero la verdad es una: En la Iglesia hay muchos “calienta bancos” pero muy pocos discípulos, entonces, estamos edificando hacia arriba, como ya hablamos en otra ocasión, olvidando el fundamento de la edificación, si no tengo verdaderos discípulos no podré engendrar discípulos jamás, porque no tengo lo que necesito por ley natural para hacerlo. Entonces, vemos que hoy día, los que se dicen ser discípulos (y que no lo son) le dicen al Señor que sí con los labios, pero le dicen que no con la vida. Cuando el Señor le toca un poco más de lo que la persona está dispuesta a dar, termina diciendo NO, porque no me conviene, no puedo dar tanto, no puedo, pero detrás de esa máscara del “no puedo” en realidad hay un gran NO QUIERO. Ese es el asunto, no se quiere hacer lo que Dios manda, no se quiere pagar el precio, por lo tanto, no se quiere ser discípulo, pero no obstante, sí se quiere cumplir con la Gran Comisión, cómo no sé, pero se quiere hacer actos de grandeza, mientras que lo principal y primordial no está hecho, no está entregada la vida, no está dado todo, no, no está pagado el precio, por lo cual ni siquiera me parezco a un discípulo. El versículo que leímos recién habla de una entrega total. Pero los cristianos de hoy, cuando se les toca el bolsillo más de lo que les gusta, se van de la Iglesia. Habla de tomar la cruz, que era símbolo de vergüenza, infamia y maldición, pero no obstante, no se banca que lo miren mal por ir a la Iglesia. Son de manteca.


Entonces vamos a hablar de la condición principal para poder “ir a hacer discípulos”, y es “ser” discípulo. Para esto, hace falta que se vean algunos aspectos olvidados.


“Yendo ellos, uno le dijo en el camino: Señor, te seguiré adondequiera que vayas. Y le dijo Jesús: Las zorras tienen guaridas, y las aves nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza. Y dijo a otro: Sígueme. Él le dijo: Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre. Jesús le dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú vé, y anuncia el reino de Dios. Entonces también dijo otro: Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida primero de los que están en mi casa. Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios.”


Veamos una condición que el Señor puso a todos, antes de empezar y era: Dejarlo todo. Hoy día parecería como que el Señor ha cambiado, porque ya no se enseña de Él las cosas que dijo tal cual las dijo, sino que se está enseñando un evangelio tan libre y tan suave que no demanda compromiso, es todo recibirlo de arriba, es todo por gracia, pero eso es una mentira satánica. El evangelio es, en primer lugar MUERTE. No hay una segunda opción. “El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará.” Es sencillo, el evangelio es muerte, y eso es lo que demanda. Un discípulo del Señor es aquel que le honra con su vida y aun en su muerte. Un discípulo del Señor tiene tal fervor y amor por Él que no engendra otra cosa que discípulos dispuestos a todo por Él. En el camino del Señor lo único que no voy a pagar es mi salvación, que es por gracia pura, porque todo el resto, tendré que pagarlo tal como Él lo manda y al precio que Él pone. Hoy día, parece como que pretendemos ser discípulos sin pagar el precio que se debe pagar para eso. Y se pretende hacer discípulos sin ser yo mismo un discípulo. Dios demanda discípulos no simpatizantes con Él.


La Gran Comisión demanda aun mi propia vida, no lo que me sobra de mi tiempo, no lo que “puedo” darle a Él (o lo que creo yo que puedo darle), ni siquiera lo que Él me pide solamente, sino que ante un pedido debo darlo todo. Aunque su pedido sea parcial, mi entrega debe ser total. Dios nos ayude, porque estamos en tiempos de gran apostasía aun dentro de nuestra propia Iglesia de Cristo. Pero la Gran Comisión sigue siendo lo que fue hace dos mil años, no es la gran omisión ni la gran opción. Debemos cumplirla porque el Señor nos la encomendó a nosotros, los que se supone que deberíamos ser sus discípulos. Él nos ayude a entender este misterio sencillísimo: Si no soy discípulo no puedo pretender engendrar discípulos. Engendraré gente tibia y apagada como yo, pero no gente comprometida con la causa, capaz de extender el reino. Compromiso, es una palabra que ya casi ni se menciona pero que en el cielo tiene un peso grandísimo. Si no tomo un compromiso de por vida, jamás podré salir de mi banco, y estaré en falta grandemente al no tomar un compromiso con Él. Él murió por nosotros, se dio a sí mismo, se entregó, dio su vida por nosotros, tiene DERECHO LEGAL sobre nuestra vida, no obstante, la pide. Seamos lo suficientemente ubicados y sensibles a su voz como para poder acudir a su llamado y satisfacer a su pedido. Él nos ayude, porque es hora de dejar de llenar templos de gente NO SALVA y comenzar a extender en reino con discípulos que engendren lo que según su especie deben engendrar: DISCÍPULOS. Es lo que él mandó. No nos mandó a hacer creyentes ni simpatizantes con la fe, sino que nos mandó a hacer discípulos. Seamos primero nosotros lo que debemos ser, porque la Gran Comisión aun nos es materia pendiente.