Atalayas

Atalayas


El llamado y la misión de un profeta está claramente ejemplificado en el llamado y la comisión de Ezequiel, no sólo para los antiguos profetas israelitas, sino para los actuales profetas de Dios.


Ezequiel 1:1 “Aconteció en el año treinta, en el mes cuarto, a los cinco días del mes, que estando yo en medio de los cautivos junto al río Quebar, los cielos se abrieron, y vi visiones de Dios”.


Los cielos se abrieron para Ezequiel. Los cielos también se han abierto para nosotros. ¿Qué nos permitirá ver en esta mañana, en estos cielos abiertos? Pidámosle a él que nos abra el entendimiento, que agudice nuestra vista espiritual, para ver la gloria suya, y para escuchar la voz que sale poderosa desde su trono.


Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, nos inclinamos delante de ti. Reconocemos nuestra pequeñez, nuestra impotencia, nuestra necedad. Reconocemos que toda sabiduría procede de lo alto, de ti, Padre bueno. Por eso, a ti nos allegamos en esta mañana, para pedir que tú nos socorras, que tu Santo Espíritu nos asista -al que hablará y a los que oirán- para que, Señor, tu gloria también nos sea comunicada, podamos contemplarla y escuchar tu voz, en el nombre de Jesús, amén.


La visión de la gloria de Dios


Comienza el libro de Ezequiel mostrándonos los cielos abiertos y mostrándonos algunas visiones de Dios en su trono. Lo que vio Ezequiel fue tan impresionante que cuando termina esta primera visión, según leemos en el versículo 28, se postró sobre su rostro y oyó la voz de uno que hablaba.


Es imposible contemplar la gloria de Dios y no caer postrados. Porque lo que nosotros conocemos en la tierra es defectuoso, es pálido. Lo que conocemos en la tierra es una sombra apenas, es una niebla. Las cosas verdaderas están más allá de las nubes. Por tanto, cuando miramos lo que hay más allá de este cielo, no podemos permanecer indiferentes. Conviene que también nosotros nos postremos a sus pies.


La visión de Ezequiel, según vamos a leer en el versículo 4, es una visión de querubines, es una visión de algunas figuras un poco extrañas: “Y miré, y he aquí venía del norte un viento tempestuoso, y una gran nube, con un fuego envolvente, y alrededor de él un resplandor, y en medio del fuego algo que parecía como bronce refulgente, y en medio de ella la figura de cuatro seres vivientes. Y esta era su apariencia: había en ellos semejanza de hombre”.


Luego se describe en qué consistían estos seres vivientes. Más adelante se dice que eran querubines. Su figura es extraña, pero impresionante: ellos tenían cuatro rostros, tenían alas, tenían ruedas, se movían para todos lados sin volverse. Era impresionante.


En el verso 25 dice: “Y cuando (estos seres vivientes) se paraban y bajaban sus alas, se oía una voz de arriba de la expansión que había sobre sus cabezas”. Sobre las cabezas había una expansión, pero lo que hay sobre la expansión es más glorioso aún. ¿Qué leemos en el versículo 26?: “Y sobre la expansión que había sobre sus cabezas se veía la figura de un trono que parecía de piedra de zafiro; y sobre la figura del trono había una semejanza que parecía de hombre sentado sobre él. Y vi apariencia como de bronce refulgente, como apariencia de fuego dentro de ella en derredor, desde el aspecto de sus lomos para arriba; y desde sus lomos para abajo, vi que parecía como fuego, y que tenía resplandor alrededor. Como parece el arco iris que está en las nubes el día que llueve, así era el parecer del resplandor alrededor. Esta fue la visión de la semejanza de la gloria de Jehová”.


Cuando Ezequiel trata de describir la gloria de Dios, no atina a encontrar las palabras exactas; por eso, usa esta expresión repetidamente: parece… semejante a… ¿Por qué será? Oh, la gloria de Dios excede nuestros cánones, excede toda apariencia, toda semejanza con cosas de la tierra.


Noten ustedes que Ezequiel no vio quién era el que estaba allí. Sólo vio -dice- una semejanza que ‘parecía’ de hombre. Sin embargo, Esteban, ¿qué dijo?: “He aquí, veo a Jesús”. ¡Aleluya! No hay ninguna duda en Esteban. Para nosotros tampoco la hay.


Ezequiel tiene la bienaventuranza de ver la gloria de Dios. Lo que habría de vivir luego Ezequiel era tan duro, era tan difícil. La situación en la cual él vivía era tan complicada, había una apostasía tal, había un olvido tal, una dureza de corazón tal… La misión que tenía que desempeñar Ezequiel requería de tanta fuerza, de tanta seguridad, que Dios primero, antes de ordenarle, de encomendarle algo, le muestra su gloria.


Ezequiel vivió tiempos de apostasía. Jerusalén estaba cautiva, Israel estaba en manos de los babilonios, la gloria de Dios amenazaba con irse desde su trono en la tierra, desde su lugar, su santuario en la tierra. Por eso, antes de llamarlo al ministerio profético, Dios le muestra su gloria a Ezequiel.


¿Saben, amados hermanos? En tiempos de apostasía, en tiempos de prueba, en tiempos cuando la fe claudica, en tiempos cuando la incredulidad aumenta, cuando el amor se apaga, cuando el corazón se endurece; en esos días, es preciso que Dios en su gracia nos muestre su gloria. Es lo único que nos sostendrá. Entonces, no será suficiente con conocer versículos de la Biblia, no será suficiente con haber seguido un curso de teología. Oh, cuando toda la marea a nuestro alrededor se opone a Dios, cuando los que antes creían ya no creen, cuando los que antes tenían fuego ya lo tienen apagado, en ese momento, cada uno tiene que sostenerse solamente con la visión de la gloria de Dios.


El llamamiento de Ezequiel


Hay un llamamiento aquí en el capítulo 2. Luego de esta visión, y desde ese trono, sale una voz que habla a Ezequiel diciendo: “Hijo de hombre, ponte sobre tus pies, y hablaré contigo. Y luego que me habló, entró el Espíritu en mí y me afirmó sobre mis pies, y oí al que me hablaba. Y me dijo: Hijo de hombre, yo te envío a los hijos de Israel, a gentes rebeldes que se rebelaron contra mí; ellos y sus padres se han rebelado contra mí hasta este mismo día. Yo, pues, te envío a hijos de duro rostro y de empedernido corazón; y les dirás: Así ha dicho Jehová el Señor. Acaso ellos escuchen; pero si no escucharen, porque son una casa rebelde, siempre conocerán que hubo profeta entre ellos”.


Noten ustedes que lo que le dice el Señor a Ezequiel en el versículo 5 lo reitera en el versículo 7: “Les hablarás, pues, mis palabras, escuchen o dejen de escuchar; porque son muy rebeldes. Y en el capítulo 3:11, también: 11Y ve y entra a los cautivos, a los hijos de tu pueblo, y háblales y diles: Así ha dicho Jehová el Señor; escuchen, o dejen de escuchar”.


Un profeta para testimonio


En otra versión de las Escrituras (NVI), se traduce así esa frase: “Tal vez te oigan, tal vez no”. Desde el comienzo el Señor le dijo lo difícil que iba a ser para él. “Irás a hablarles a un pueblo rebelde, a un pueblo duro, de empedernido corazón, de duro rostro. Tal vez no te oigan. Acaso te escuchen. Sin embargo, Ezequiel, tú vas a ir, para que conozcan que hubo profeta entre ellos”.


Notemos nosotros que Dios estaba guardando su testimonio. El objetivo por el cual Dios lo envió era para que su testimonio estuviera vigente aún en esos momentos de apostasía. Él fue enviado para testimonio, para que ellos no tuvieran ninguna excusa. En el día de la calamidad, ellos no podrían decir: “Dios no nos advirtió”. Ezequiel fue enviado para testimonio.


Nos acordamos de la palabra del Señor Jesucristo cuando dijo que el evangelio del Reino sería publicado a todas las naciones para testimonio a todas las naciones, y después vendría el fin. En ambos casos, encontramos una semejanza: “Conocerán que hubo profeta entre ellos”. Conocerán que el evangelio les fue predicado. No tendrán excusa.


Y también hay una semejanza en esto: tal como era la dureza de corazón de los israelitas en días de Ezequiel, también va a ser la dureza de corazón en los días finales, antes del fin. “Tal vez no te escuchen, pero tendrás que predicar, y tendrás que decir lo que yo te digo, para que no tengan excusa”. “No les temas, aunque te hallas entre zarzas y espinos, dice el verso 6, no les temas, ni tengas miedo de sus palabras, aunque te hallas entre zarzas y espinos, y moras con escorpiones; no tengas miedo de sus palabras, ni temas delante de ellos, porque son casa rebelde”.


No era una tarea fácil. Hablarle a gente que es comparada con zarzas, con espinos, hablarle a gente que es comparada con escorpiones. ¿No eran el pueblo de Dios, no eran los escogidos¿ ¿No tenían la Ley, no habían escuchado a los profetas? ¿No tenían el templo, el lugar sagrado? ¿No traían sus ofrendas? ¿No guardaban las fiestas? La condición a que han llegado, sin embargo, es terrible: ellos son comparados por Dios mismo como zarzas y espinos y escorpiones.


No podemos dejar de establecer una analogía entre la condición de Israel en este tiempo y la condición de la cristiandad en nuestros días. Hay muchos hombres que tienen el nombre de Cristo en sus labios. Sin embargo, en sus corazones el Señor no está. Hay muchos que le confiesan, le profesan de labios, pero su corazón está lejos de él. “Este pueblo de labios me honra, pero su corazón está lejos de mí”. Esas palabras del Señor tienen plena vigencia hoy.


Y el Señor usa hombres como Ezequiel, el Señor está convocando en este tiempo a sus profetas, para que se levanten, para que sean testimonio a un pueblo rebelde. Dios está convocando a los Ezequiel, mostrándoles su gloria, encomendándolos, para que hablen las palabras de Dios, escuchen o dejen de escuchar.


Recibir la Palabra en el corazón


En seguida, el Señor le dice a Ezequiel: “Abre tu boca, versículo 8 al final, y come lo que yo te doy. Y miré, y he aquí una mano extendida hacia mí, y en ella había un rollo de libro. Y lo extendió delante de mí, y estaba escrito por delante y por detrás; y había escritas en él endechas y lamentaciones y ayes. Me dijo: Hijo de hombre, come lo que hallas; come este rollo, y ve y habla a la casa de Israel. Y abrí mi boca, y me hizo comer aquel rollo. Y me dijo: Hijo de hombre, alimenta tu vientre, y llena tus entrañas de este rollo que yo te doy. Y lo comí, y fue en mi boca dulce como miel”.


Noten ustedes que Ezequiel no es enviado en sus propios recursos, o a decir sus propias palabras. Ezequiel no es enviado sin que primero Dios lo capacite, lo alimente, lo nutra de las palabras que él deberá decir. Un profeta de Dios no habla de sí mismo. Si Dios calla, el profeta debe callar; si Dios habla, el profeta debe hablar. Si Dios dice “Morirás”, el profeta debe decir “Morirás”. Si Dios dice “Vivirás”, el profeta deberá decir “Vivirás”.


“Alimenta tu vientre, y llena tus entrañas de este rollo…” Las entrañas son el lugar más íntimo, el interior. Hasta ese lugar tiene que llegar la palabra que Dios da al profeta. En el verso 10 dice: “10Y me dijo: Hijo de hombre, toma en tu corazón todas mis palabras que yo te hablaré…” Toma en tu corazón todas mis palabras.


¿Con qué recibimos la palabra de Dios? ¿Solamente con los oídos? ¿Con la inteligencia, con la mente? ¿La palabra de Dios puede ser objeto de disección? ¿Es la palabra de Dios para examinarla como si fuese un texto de poesía griega? El Señor le dice a Ezequiel que tiene que llenar sus entrañas y tiene que recibir en su corazón las palabras.


Oh pueblo de Dios, las palabras de Dios no son para ponerlas en duda, para analizarlas, para hacer cálculos si será o no verdad. Las palabras de Dios son para recibirlas en el corazón, para creerlas. Sólo cuando se reciben en el corazón pueden producir un cambio de conducta. Cuando algo nos llega a la mente, apela a nuestro razonamiento, y entonces un razonamiento es contestado con otro razonamiento.


Si Dios nos dice algo, podemos replicar a lo que él dice, como cuando uno dialoga con otro. Pero cuando Dios es recibido en el corazón, su palabra es recibida en las entrañas, no hay contra argumentos. No lo hay, hay una aceptación, hay una actitud de adoración, hay una conciencia de que “Dios me ha hablado, me inclino ante él, le adoro”. ¿Te ha hablado a ti el Señor así, alguna vez? ¿Ha quedado tu boca cerrada cuando él lo ha hecho? ¿Se ha inclinado tu corazón para adorarle?


Necesitamos oír así al Señor, con reverencia, oírlo con fe. A Israel en el desierto no le aprovecharon las muchas palabras que Dios les habló, porque ellos no acompañaron el oír con fe; no oyeron con fe. Dios debe ser escuchado por el corazón.


En estos días, la palabra de Dios es objeto de análisis más que objeto de fe, de adoración, de reconocimiento de la gloria de Dios. Ayer estaba leyendo un comentario bíblico sobre Ezequiel, y se mencionaban ahí como ocho o diez grandes estudiosos de las Escrituras y varios de ellos coincidían en que Ezequiel tenía una enfermedad mental, una esquizofrenia, que sólo un esquizofrénico puede ver las cosas que veía Ezequiel. La palabra de Dios tiene que ser recibida en el corazón, sino no sirve de nada, servirá sólo para condenar a aquel impío que la puso en du-da, que la rebatió, que la cuestionó.


Todos somos profetas


He aquí un profeta que es introducido en un ministerio, en un servicio. A lo mejor alguno de ustedes dirá: “¡Qué me dice a mí esta palabra! Yo no soy un profeta en la casa de Dios, yo no soy un ministro de la palabra”. Sin embargo, recordamos aquella expresión de Moisés, cuando el Espíritu Santo estaba siendo derramado sobre los que le colaborarían, y había dos de ellos que estaban en el campamento y alguien vino a decirle: “He aquí que aquellos están también profetizando”. Y él les dijo: “¿Por qué estáis celosos? Ojalá todos fuesen profetas”. Y nos acordamos también de la enseñanza de Pablo en 1ª Corintios14, cuando dice: “Porque todos podéis profetizar”. Ese capítulo 14 de 1ª de Corintios es un llamado a que el pueblo de Dios profetice, a que el pueblo de Dios abra su boca para declarar los hechos de Dios, la palabra de Dios.


Todos somos profetas de él. Cuando tú le hablas a tu vecino del Señor, tú eres un profeta. Cuando tú le dices: “El mundo que vivimos va a perecer bajo los juicios de Dios”, tú eres un profeta. Y de hecho, tu profecía se va a cumplir. Cuando tú notificas a un pecador que ese camino lo está llevando hacia el infierno, “Si tú sigues actuando así, perecerás, morirás”, tú eres un profeta. En tiempos difíciles como los que vivimos, Dios está llamando a muchos Ezequiel, y creo que en esta mañana también te está llamando a ti. Si no lo has visto hasta hoy, es bueno que lo veas.


Lo que significa ser atalaya


¿Para qué Dios llamó a Ezequiel? El título que sigue dice “El atalaya de Israel”. Para que fuera un atalaya. Vamos a hablar un poco de lo que significa ser un atalaya.


Pero el pasaje análogo que aparece en el capítulo 33 está mejor desarrollado. Vamos a ir a Ezequiel 33. “Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Hijo de hombre, habla a los hijos de tu pueblo, y diles: Cuando trajere yo espada sobre la tierra, y el pueblo de la tierra tomare un hombre de su territorio y lo pusiere por atalaya, y él viere venir la espada sobre la tierra, y tocare trompeta y avisare al pueblo, cualquiera que oyere el sonido de la trompeta y no se apercibiere, y viniendo la espada lo hiriere, su sangre será sobre su cabeza. El sonido de la trompeta oyó, y no se apercibió; su sangre será sobre él; mas el que se apercibiere librará su vida. Pero si el atalaya viere venir la espada y no tocare la trompeta, y el pueblo no se apercibiere, y viniendo la espada, hiriere de él a alguno, éste fue tomado por causa de su pecado, pero demandaré su sangre de mano del atalaya. A ti, pues, hijo de hombre, te he puesto por atalaya a la casa de Israel, y oirás la palabra de mi boca, y los amonestarás de mi parte”.


¿Qué es el atalaya? Un atalaya es un centinela, es un vigía. En las ciudades amuralladas de la antigüedad, había torres en algunos sectores de los muros, para que los atalayas desde allí pudieran mirar a lo lejos lo que sucedía, especialmente si había peligro para la ciudad. Y aquí se dice exactamente cuál es el deber del atalaya. Noten en el versículo 3 lo que dice: “Y él viere venir la espada sobre la tierra”. ¿Qué significa ver venir la espada sobre la tierra? La espada es el peligro, es el enemigo. Es el peligro que acecha: la ciudad va a ser atacada, la ciudad está desapercibida, ignora el peligro, están confiados, ellos están viviendo su vida cotidiana, ellos no advierten el peligro. Pero el que está sobre la torre en la parte más alta, él ve venir la espada sobre la tierra.


La espada viene


Hijos de Dios, ¿pueden ver ustedes la espada que viene sobre la tierra? La espada viene sobre la tierra.


Cuando pasamos el año 2000, muchas predicciones apocalípticas que había de que el mundo podría terminar el año 2000, temores que eso traía consigo se esfumaron. Pareciera ser que la humanidad se despreocupó por algún tiempo. Pasó el peligro, pasamos el 2000. Podemos seguir avanzando en este camino de la tecnología, del desarrollo, la ciencia. Podemos seguir creciendo, enriqueciéndonos, desarrollándonos, en las vastas áreas del conocimiento, de la ciencia.


Sin embargo, el año pasado, el 11 de septiembre en Estados Unidos fue un recordatorio de que la espada viene sobre la tierra.


Las muchas cosas que estamos viviendo, la perversión, la violencia, la degeneración de las costumbres de la moral, son un recordatorio de que la espada viene sobre la tierra.


Podemos decir figuradamente que la espada vino sobre la tierra en los días de Noé. Y las características de la gente de esa época: la maldad había aumentado, la perversión había aumentado, la maldad sobre la tierra era incontrolable. Dios -dice la Escritura- se arrepintió de haber creado al hombre.


Capítulo 6 de Génesis: “Los hijos de Dios se mezclaron con las hijas de los hombres”. Pecados sexuales, la maldad aumentó, y la violencia imperaba sobre la tierra. Y, ¿vino o no la espada? Sí, vino la espada. Fue una espada de agua. Cuarenta días y cuarenta noches. El mundo entero fue anegado, pereció, fue raída toda la humanidad de sobre la tierra, con excepción de ocho personas. En aquellos días, Noé fue un atalaya. Como ciento veinte años, él estuvo diciendo: “¡La espada viene! ¡El fin viene, se acerca!”. No fue oído. Se burlaron de él. Noé necesitó tener un rostro muy duro, muy firme, tal como Ezequiel, para poder arrostrar la oposición, las burlas, durante esos ciento veinte años que él predicó.


Algunos años después, en días de Lot, la espada volvió a venir sobre dos ciudades: Sodoma y Gomorra, que habían llegado a un extremo en su perdición, un desafío a todos los principios de Dios. La inmoralidad, la homosexualidad, la perversión, el desvarío… Lot afligía su alma. Y la espada vino de nuevo. Esta vez fue fuego que cayó del cielo y quemó íntegramente esas dos ciudades y aun otras dos, Adma y Zeboim, cayeron también bajo el juicio de Dios. Lot, a diferencia de Noé, él no fue un atalaya, su fe estaba tan debilitada, la maldad había recrudecido tanto sobre él, estaba como apagado, hostigado. Lot vivía con la fe de su tío Abraham, y gracias a la fe de su tío él escapó de la muerte. ¿Qué haremos nosotros si vemos que la espada viene sobre la tierra? ¿Seguiremos el ejemplo de Noé o el ejemplo de Lot? Las mismas características de los días de Noé y de Lot las estamos viviendo por doquier, las estamos viendo por doquier: la maldad, la inmoralidad, la corrupción.


¡Profetas de Dios! ¡Atalayas, centinelas, vigías! ¡Levántense para dar testimonio, para decir que la espada viene sobre la tierra! No pueden recluirse entre cuatro paredes, no pueden disfrutar solos la presencia de Dios. Hay que pararse en los lugares altos para anunciar a todos que el peligro acecha, que los juicios vienen, que Dios se está cansando de una humanidad pervertida, que la santidad de Dios ya no soporta más.


La desfachatez ha aumentado, los hombres pecan sin ningún escrúpulo. Hace diez años atrás nadie hubiera pensado que algunos personajes de clara tendencia homosexual en Chile pudieran ser aplaudidos por televisión, reconocidos en los diarios, personas populares, admiradas, queridas. En los días de mi infancia, eso no se veía. Por lo menos tenían el pudor de guardárselo, de esconderse. Hoy se exhiben públicamente, y pareciera ser que la diferencia que ellos marcan es admirada. ¿Qué significa eso?


En estos últimos veinte años, el mundo ha tenido un cambio notable. La espada se acerca, los juicios de Dios se ciernen sobre la humanidad, y es necesario que los atalayas cumplan su misión. Si el atalaya, dice en el versículo 4, si tocare la trompeta y avisare al pueblo, y cualquiera que oyere el sonido de la trompeta y no se apercibiere y fuere herido, su sangre será sobre su cabeza, pero el atalaya librará su vida.


En 1ª Corintios 14, se nos dice que el sonido de la trompeta es la voz de los profetas, es la palabra de Dios que es anunciada con claridad para que el pueblo se aperciba para la guerra o se defienda del peligro. Tenemos nosotros una trompeta que suena fuerte, que suena claro, y que está en nuestra boca, y es la palabra de Dios. Tenemos la palabra de Dios morando en nuestros corazones y está en nuestro corazón y también en nuestra boca. No tenemos que subir al cielo ni bajar al abismo; está en nuestra boca y en nuestro corazón. Podemos declarar que hay salvación en Jesús, que todo aquel que confiesa el nombre de Jesús es salvo.


La palabra para el impío


Versículo 8: “Cuando yo dijere al impío: Impío, de cierto morirás; si tú no hablares para que se guarde el impío de su camino, el impío morirá por su pecado, pero su sangre yo la demandaré de tu mano”.


¿Cuál es la palabra de Dios para el impío? ¿Es difícil? ¿Es un mensaje largo? ¿Es algo complicado?


¿Cuál es el mensaje de Dios para el impío? (“De cierto morirás”) De cierto morirás.


Mira, lo primero que debe escuchar y que debe conocer el impío es el destino que le espera si sigue exactamente en el mismo camino que lleva. Cuando el impío no es despertado a su condición, a su realidad, cuando no toma conciencia de su peligro, rechazará toda palabra de gracia. Es sólo cuando ve el peligro, cuando es convencido por el Espíritu de que su camino es de perdición, de que su condición no tiene retorno, entonces él puede clamar por misericordia. Él va a abrir el corazón para recibir la gracia.


Impío, de cierto morirás. ¡Atalayas, éste es el mensaje para el impío! Esa notificación, esa sentencia de muerte anunciada a los impíos puede producir un arrepentimiento, puede producir un cambio. El Espíritu Santo tocará su corazón y lo mismo que hace un martillo con una piedra -la puede quebrantar-, la palabra también, como una espada, puede atravesar su alma y producir arrepentimiento.


Pecador, tú que estás sin Dios, tú que no tienes a Cristo, tú morirás, indefectiblemente morirás. No sólo físicamente, morirás eternamente. “La paga del pecado es muerte”. La única manera de mantenerse en pie sobre las aguas es que debajo de los pies haya una roca. Y la roca es Cristo Jesús. Lo mismo que Pedro se hundió en el mar porque por un momento dejó de ver al Señor, así también los impíos zozobrarán, se ahogarán, en el mar tempestuoso de este mundo, y sus almas irán al infierno por los siglos de los siglos.


Hay una doctrina en medio de la cristiandad que dice que el alma de los impíos irá al infierno, pero que ese infierno durará lo que demora un leño en el fuego en quemarse; y que así como ese leño se transforma en ceniza y después en nada, así el alma de los pecadores luego de un juicio leve, rápido, esas almas se convertirán en nada. Hay una doctrina hoy en la cristiandad que dice así, y cuando tú conversas con esa clase de gente, ellos no le tienen temor al infierno. Muchos de ellos creen lo que creen y siguen pecando, y no tienen la urgencia de hablarles a otros que tienen que salvar su alma.


Ellos se toman las cosas muy livianamente, porque total el infierno durará un minuto. Es una doctrina perniciosa que se ha metido en la cristiandad y son millones que creen eso hoy en el mundo entero. ¡Cuán mal le ha hecho eso a los hombres!


La verdad de Dios es más dura, es más fuerte, y por eso mismo tenemos que decirla con claridad: Pecador, sin Cristo, de cierto morirás y tu muerte será eterna, y tu castigo no sólo será ser excluido de la gloria de Dios, sino que lo mismo que aquel rico en la parábola en la historia del rico y Lázaro, esas almas clamarán, serán atormentadas para siempre en un fuego. No hay ninguna razón para que un hombre impío pueda seguir viviendo después de la muerte y seguir como desaprensivamente pensando que el castigo es leve. No hay ninguna razón para que Dios perdone a un hombre pecador, no hay ninguna razón para que Dios tenga misericordia de un hombre, porque el hombre merece la muerte por su pecado. No hay ninguna razón lógica para que Dios pu