La humildad, rasgo de un triunfador – Parte III

La humildad, rasgo de un triunfador – Parte III


Salmos 25:9


Dos de los grandes predicadores del Siglo XVIII, Juan Wesley y Jorge Whitefield, tenían desacuerdos fuertes en cuanto a la teología. A pesar de esto, tuvieron mucho cuidado de no crear problemas en público que pudieran estorbar la predicación del evangelio.

En cierta ocasión, alguien le preguntó a Whitefield si esperaba ver a Wesley en el cielo.

Whitefield respondió que no. Luego se explicó; y dijo, Creo que Wesley va a estar tan cerca del trono y nosotros tan lejos, que nos será muy difícil verlo.

Cada uno de estos hombres tenía opiniones firmes en cuanto a distintas cuestiones de teología, pero estas opiniones no hicieron que uno se sintiera superior al otro. Al contrario, Whitefield expresó gran humildad en su respuesta.

El día de hoy continuamos con nuestra serie “rasgos de un triunfador”, hemos mencionado las semanas anteriores que para triunfar en la vida, nos urge desarrollar los rasgos que definen a un triunfador.

Estas son cualidades de carácter que, bajo la dirección y en el poder del Espíritu Santo, nos llevarán a ser verdaderos triunfadores.

Hoy hablaremos de la cualidad de la humildad como rasgo de la persona que realmente triunfa en la vida.


Quizás estés pensando en este momento: ¿Humildad? Yo no creo que la humildad sea un rasgo de un triunfador. Más bien, me parece que para triunfar, uno tiene que ser seguro y firme.

Mas sin embargo, la Biblia nos dice muy claramente que la humildad es clave para triunfar en la vida.


El mundo por su parte nos da otro mensaje; nos habla de tener alta autoestima y nos enseña a exigir nuestros derechos.

Miremos lo que la Biblia declara en relación con la humildad.

Salmos 25:9 “ Dirige a los humildes en la justicia, y enseña a los humildes su camino.” (LBLA)

Isaías 66:2b “… Pero a éste miraré: al que es humilde y contrito de espíritu, y que tiembla ante mi palabra.” (LBLA)

Claramente, Dios busca a los humildes para bendecirlos. Él desea encontrar personas que muestran la cualidad de la humildad para darles a conocer sus caminos y para obrar justicia en sus vidas.

Mas sin embargo, parecería ser, que los humildes no triunfan en el mundo actual.

Pero no es así, quizás parte de la confusión está en que muchos tenemos un concepto equivocado o incompleto de lo que significa la humildad.  Creemos que la humildad es pensar mal de nosotros mismos. El día de hoy deseo examinar lo que es la humildad y como podemos aprenderla. Empecemos, entonces, definiendo el término.

I. ¿Qué es la humildad?

Miremos lo que el apóstol Pablo dice en Romanos 12:3 “Por la gracia que se me ha dado, les digo a todos ustedes: Nadie tenga un concepto de sí más alto que el que debe tener, sino más bien piense de sí mismo con moderación, según la medida de fe que Dios le haya dado.” (NVI)

En otras palabras, cada creyente es llamado a tener un concepto apropiado de sí mismo.

Ser humilde, entonces, significa conocer las debilidades y las habilidades que tenemos, reconocer nuestras fallas y nuestros talentos, estar en balance cuando se trata de nuestra imagen propia.

Se cuenta la historia de una tortuguita que subía el tronco de un árbol, usando la boca para agarrarse de la corteza y empujando con las patas a toda fuerza.

Finalmente, llegó a la primera rama y empezó cuidadosamente a atravesarla.

Cuando había llegado casi al final, se lanzó al espacio, extendió las patas… y dio un fuerte golpe en el suelo.


Volvió a repetir el proceso con mucha dificultad, se lanzó al vacío… y cayó nuevamente.

Dos buitres la miraban sentados sobre una pared. De repente, uno le dijo al otro: ¿No crees que es hora de decirle que fue adoptado?

Si no tenemos un concepto apropiado de nosotros mismos, podremos ser como esa tortuga. En vez de buscar el lugar que Dios tiene preparado para nosotros, podremos insistir en tomar posiciones que no fueron hechas para nosotros.

Esto sucede en la iglesia, por ejemplo, cuando una persona desea siempre estar al frente, recibiendo halagos, cuando sus dones no se prestan a esa clase de servicio. Cada uno de nosotros debe de considerar con honestidad cómo podemos servir mejor.

A la vez, no debemos de tener un concepto demasiado bajo, tampoco. Hay personas que siempre responden con un “no puedo” cuando se les invita a servir al Señor.

Recuerda que Dios no hace basura. Si Dios te creó, puedes estar seguro de que sirves para algo.

La humildad consiste en reconocer que tu valor no depende de lo que haces, sino de lo que eres. Si estás en Cristo, eres hijo de Dios; ése es tu valor.

Muchas veces nos alocamos tratando de comprobar que valemos algo por el dinero que ganamos, por nuestra apariencia física o aun porque somos más religiosos que otros.

Pablo, en cambio, había aprendido la importancia de hallar su identidad en Cristo.

Filipenses 3:7-9 “7 Sin embargo, todo aquello que para mí era ganancia, ahora lo considero pérdida por causa de Cristo. 8 Es más, todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo, y lo tengo por estiércol, a fin de ganar a Cristo 9 y encontrarme unido a él. No quiero mi propia justicia que procede de la ley, sino la que se obtiene mediante la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios, basada en la fe.” (NVI)

Antes de su conversión, Pablo se consideraba digno de la aprobación de Dios en base a sus logros, sus estudios, y su pasión.

Mas sin embargo, ahora valora mucho más el conocer a Cristo.

Ya no valora esas cosas. Él sigue siendo judío, sigue siendo ciudadano romano, sigue usando su conocimiento del Antiguo Testamento; Pero estas cosas ya no le son importantes como muestras de su valor ante Dios o ante las personas.

Su valor lo encuentra en el hecho de que Cristo lo amó y murió por él.

De igual modo, hallaremos la verdadera humildad cuando empecemos a encontrar nuestra identidad en Cristo, en lugar de estarnos comparando con otras personas.

No tenemos que ser más inteligentes, más guapos o más fuertes que otros para valer algo.

Para muchos paréese extraña la idea de encontrar su identidad en Cristo y se preguntan:

¿Dejaré entonces de ser yo mismo? ¿Se perderá mi identidad personal?

C.S. Lewis dice en uno de sus libros “al unirnos a Cristo, llegamos a ser lo que verdaderamente somos.”


La realidad es que, cuando vivimos separados de Cristo, nuestro auto-concepto es falso.

Cuando entendemos quienes somos en Cristo y cuando encontramos nuestro valor en él, somos liberados para ser quienes Dios nos creó para ser.

La humildad no es pensar menos de uno mismo que de otros; ni tampoco significa tener una opinión baja de los dones que uno tiene.

Humildad es estar libre de la obsesión con uno mismo. Es no tener que compararse con otros.


Esto nos lleva a nuestro segundo punto; si ésta es la humildad, ¿Cómo la podemos desarrollar en nuestra vida?

II. ¿Cómo se aprende la humildad?

Santiago 1:9-10 “9 El hermano que es de humilde condición, gloríese en su exaltación; 10 pero el que es rico, en su humillación; porque él pasará como la flor de la hierba.” (RVR1960)

Estos versículos nos presentan una incógnita. ¿Cómo es posible que el pobre, el hermano de condición humilde, se sienta orgulloso de su alta dignidad? De igual forma, ¿cómo puede el rico sentirse orgulloso de su humilde condición?

Santiago nos quiere poner a pensar. Si consideramos su mensaje, él nos está enseñando a ver más allá de los valores humanos.

La primera clave para aprender la humildad es, reconocer lo que realmente importa, en lugar de aceptar el sistema de valores del mundo.

Si eres parte de la familia de Dios – si eres “hermano” – sin importar cuál sea tu condición económica, tienes motivo para sentirte contento contigo mismo.

No tiene que ver con tus logros ante el mundo, ni con tu nivel económico, ni con las metas que hayas alcanzado; tiene que ver con el amor que Dios tiene por ti, y el hecho de que has sido creado a su imagen y semejanza.  Si tienes alguna posición en el mundo, tendrás que recordar que ante Dios, eso no vale para nada. Tendrás que encontrar valor en tu humilde condición ante Dios.

En cambio, si no tienes ningún renombre en el mundo, podrás gozarte en tu posición exaltada ante el Señor.


Juan Flavel dijo: “Los que conocen a Dios serán humildes, y los que se conocen a sí mismos no podrán ser orgullosos.”

Si el primer paso en aprender la humildad es reconocer lo que realmente importa, el segundo es reconocer y contemplar al Señor.

Santiago nos enseña esto en Santiago 4:10 “Humíllense delante del Señor, y él los exaltará.” (NVI)

Existe una falsa humildad, una imitación de esta virtud. Esta es la persona que constantemente reduce el valor de sus logros, esperando a la vez que otro los exponga.

Una persona verdaderamente humilde no se preocupa por lo que dirán los demás, ya que su enfoque esta en lo que Dios piensa de el o de ella..

Conforme más tiempo pasemos en la presencia de Dios, aprendiendo de Él, adorándole a Él, conociéndole a Él, más humildes llegaremos a ser.

Conforme más contemplemos Su grandeza, Su amor, Su perfección, más nos iremos dando cuenta de nuestra insignificancia.

La Biblia nos presenta esta perspectiva; Salmo 84:10 “Vale más pasar un día en tus atrios que mil fuera de ellos; prefiero cuidar la entrada de la casa de mi Dios que habitar entre los impíos.” (NVI)

Es mejor servir en la casa del Señor, que ser jefe en la casa del enemigo. Es mejor ser portero en el templo de Dios que sentarse a la mesa con los malvados.

Si queremos entender lo que realmente nos dará valor en la vida, tenemos que valorar el tiempo con el Señor. La adoración es una gran humillación.

Cuando estamos ante Dios, cuando llegamos a sentir su presencia y su poder, nos damos cuenta de lo realmente insignificantes que somos.

Nos damos cuenta del milagro de su amor y su atención por nosotros, y no podemos hacer más que adorar. De aquí nace la humildad – la humildad que Dios busca y galardona.

Conclusión

Cuando el famoso líder cristiano Sadhu Sundar Singh dejó su nativa India para hacer un giro mundial, predicando el evangelio. Alguien le preguntó: ¿No le hace daño, el hecho de que recibe tanto honor?


La respuesta del Sadhu fue: “No. El asno entró en Jerusalén, y la gente tendió sus mantos frente a él para que los pisara. El asno no se enorgulleció. Él sabía que no era para honrarle a él, sino para Jesús, quien iba montado sobre él. Cuando la gente me honra, sé que no es a mí a quien honran, sino a mi Señor, quien hace el trabajo.”

Ojalá podamos todos aprender a imitar la humildad de Cristo y de sus siervos. Sólo así triunfaremos.